Hola:
Cuando se popularizó Internet, entre finales y principio de siglo, los pioneros de la nueva cosa pensábamos que por fin había llegado la hora de la libertad. En especial la relacionada con las ideas y el pensamiento. He de reconocer que ni por asomo se me pasó por la cabeza que aquello podría controlarse como lo está hoy día. Era el internet de la lectura. Las imágenes eran pocas y menudas. El ancho de banda no daba para más, pero aquello era una delicia para quienes nos gustaba leer.
Recuerdo con agrado un lugar mítico llamado Geocities, propiedad de Yahoo!. Muchos fuimos los que reservamos un sitio gratuito en el que expresábamos nuestras inquietudes. Allí se encontraban auténticas joyas. Gente de gran talento que escribía con total libertad sobre múltiples temas. Era el Internet 1.0, pobre, sin interactividad, pero libre, sin censura. Fue todo un éxito, porque la calidad excluía a la chabacanería. Más tarde, avanzada la primera década del siglo, en plena crisis, todo aquello desapareció de un plumazo. La compañía, aunque avisó con tiempo, formateó toda la información y la envió a la papelera del olvido.
Hago referencia a lo anterior no sólo como un recuerdo, también como evidencia de que el avance tecnológico lejos de aumentar la libertad la coarta. Tampoco nuestra privacidad, y por ende la seguridad, ha mejorado, al contrario, cada vez es menor. Por otro lado, el ejemplo de Yahoo! es altamente ilustrativo de cómo se puede acabar con la información, incluida su historia, con un simple chasquido. A gran diferencia de lo que ocurrió en la biblioteca de Alejandría donde se salvaron multitud de libros a pesar del brutal incendio. No es, pues, extraño que muchos sigamos creyendo que el soporte más duradero para la transmisión del saber es el papel.

Este contenido sólo está disponible para suscriptores.
Acceda al área de miembros y regístrese.
No tiene ningún coste, y podrá acceder libremente a todos los contenidos.
Regístrese