Haré caso a mi cabeza y no votaré 2

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Difunde sin miedo

Hola:

Los conflictos interpersonales, sean del tipo que sean, siempre son malos y la guerra, representativa de la barbarie del ser humano, se procura como la cima de todas las batallas. Pero, si cupiera disputar un primer puesto en esa carrera de malignidad, hay un tipo de enfrentamiento que se encumbraría como vencedor indiscutible: la guerra civil.

Las batallas entre personas de un mismo territorio no sólo producen horror; a la crueldad de la contienda se suman causas irracionales del grupo y del individuo en sí. Por si fuera poco, se unen al disparate de la conflagración: la atrocidad del ajuste de cuentas, el cobro de antiguas deudas prescritas, la brutalidad de la insana envidia, el ajusticiamiento del honor maltrecho en su día, el acomodo del viejo rencor guardado bajo almohada, sin importar que la sangre que corra por las venas proceda del mismo vientre; en suma, la venganza, sin rubor y sin empacho, enardecida por su más vil violencia.

En mi notable ignorancia, no conozco ninguna guerra civil que la haya promovido el pueblo, pero sí sé que todas las ha padecido. El poder, con su cerebro gubernativo y su politicastro brazo ejecutor ha sido siempre el instigador de la lucha armada. Él se ha encargado de insuflar toxina, crear porqués, motivar apoyos, adiestrar voluntades, inspirar enemigos, falsear evidencias, adulterar verdades y exhalar ficticios paraísos. No por ello, y siempre, queda exculpado el pueblo, máxime en la moderna sociedad que se precia democrática.

¡Malditos políticos! Personajes sin alma, cuya finalidad ha sido y es el poder por el dinero que procura, sin importarles un ápice el bienestar de la colectividad, salvo, como mucho, el de su secta ‘apesebrada’.

De nuevo, estos políticos protervos que sufrimos en esta tierra, muníficos con los suyos, pretenden que el pueblo certifique sus maldades, utilizando y manipulando cuanto les rodea. Los otros políticos, los de allende, los que también mantenemos y atesoramos con nuestro dinero, se inclinan en pompa, tratando de buscar en el suelo un acervo de excusas a su negligencia.

Ahora vamos con el pueblo. Como hace siglos, formado en poco por pensantes y en mucho por vulgos, entendido estos por la segunda acepción que muestra nuestro diccionario, con mínimo interés en ampliar conocimiento. Como ya aventuraba Machado, el poeta, el joven, en España de cada diez cabezas una piensa y nueve embisten.

A este pueblo también se le debe achacar su parte alícuota de culpa. No tan solo porque de él surgen esos políticos, a imagen y semejanza, sino también, y lo que es peor, por auparlos al poder y adorarlos, al igual que personajes bíblicos lo hacían con el becerro de oro.

Aquí y a partir de todo ello he llegado a la conclusión de la vaciedad que tiene mi voto. Los defensores del actual régimen, algunos de buena fe, la mayoría por propio interés, te muestran la necedad que representa la no participación, a lo que suman luego la mala conciencia que supone esta toma de decisión y rematan su alegoría manifestando la irresponsabilidad con la que obras si no lo haces. La falta de democracia corroe tu interior y al final, si no eres fuerte, admites tu equivocación y accedes al designio de los próceres mandamases. Existen países, también democráticos, donde votar es obligado, salvo pena pecuniaria. ¡Indomable democracia aquella que te obliga a participar!

Hoy por hoy estoy convencido de mi decisión y, salvo hechos futuros de calado que la modifiquen, no participaré de este teatro. Los años me han hecho diamantino, por lo menos algo, y la experiencia vivida me demuestra que, inclinada a uno u otro lado, la función que se sigue representando continúa siendo la misma; no hay interés en mudar el libreto.
Aunque han cambiado varias veces los actores, el vestuario y hasta el director, la parodia no se ha modificado, ni tan siquiera el escenario. Los tramoyistas, aquellos personajes ocultos al espectador, siguen trabajando en la sombra, moviendo las cuerdas que cambian simplemente el paisaje. Creo que se ha llegado al punto donde incluso los actores son meras marionetas del quinto poder.

Puede que alguno de vosotros se pregunte si la alternativa es la resignación y le contestaré que no. No obstante la solución no está en tomar partido, en participar, en serle útil al sistema. Pienso que este, el actual, está caduco y no solo a nivel español, también a nivel europeo. La democracia puede ser grande, superior, excelsa y óptima cuando se participa con la cabeza, con raciocinio, con principios, con moral y con conocimiento; es pequeña, mezquina, egoísta, pusilánime y perversa cuando se utilizan los sentimientos, la irracionalidad, el fanatismo, la inmoralidad y se ensalza la mediocridad a la hora de votar.

Ciertamente, las próximas elecciones a celebrar aquí en Cataluña son importantes. Tan importantes como lo han sido las realizadas a lo largo de los más de 35 años últimos.
Lo que las diferencian es la excepcionalidad. O sea, son unas elecciones excepcionales, proclamadas así por sus promotores, y como tales no deberían celebrarse. Pero ahí están para alegría de unos pocos, ilusión de algunos, escepticismo de otros y zozobra de la mayoría, que observamos que si no hubiera habido gobierno regional las cosas habrían funcionado como mínimo igual, sino mejor. Con seguridad, nuestros bolsillos estarían algo más llenos, al no haber existido una caterva de individuos subvencionados, de una manera u otra, por el régimen con la finalidad de palmear, vitorear y publicitar las bondades de la nueva ínsula.

Nuevamente, políticos. ¡Hipócritas, falsarios, perversos, malévolos! No tienen escrúpulos. No tienen esencia. Son ruines, carecen de principios y les importa un pífano el bienestar de las gentes; tanto como les podía afectar a algunos señores del absolutismo.
Sois sediciosos, provocadores y generadores de ambientes hostiles. A la vez sois listos, pero también, torpes e incultos, cobardes, vacíos de valor, que utilizáis a ignorantes plebeyos como escudos de vuestra locura. No pasareis a la historia como héroes, ni libertadores; probablemente como promotores de un enfrentamiento civil que puede derivar en algo más.

Para acabar citaré un texto de Galdós de la última entrega de Los Episodios Nacionales, escrito ya en el siglo XX: “Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes que las escuelas…

Permítaseme reafirmarme en mi decisión. No votaré. Algunas cosas no se solucionan votando.

¡Que Dios nos ampare!

Saludos.


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2 ideas sobre “Haré caso a mi cabeza y no votaré

  • Luis Marín

    He llegado a su blog por casualidad y quiero felicitarle por sus artículos.
    Me ha gustado en especial este, con el que comparto mucho de lo expuesto.
    Le deseo larga vida y que sigue en esa línea. Saludos.

    • T.McARRON Autor

      Apreciado lector:
      Me confortan su comentario y elogios. Gracias por ellos.
      Intentaré seguir al pie del cañón, expresando mis ideas en libertad.
      Saludos cordiales.