En política no se puede llegar tarde, Sr. Casado.
Hola:
Hasta no hace mucho, llegar a tiempo era considerado una virtud, un buen hábito que hablaba bien de quien lo tenía. Muchos recordamos películas, sobre todo inglesas, en las que la costumbre de la puntualidad se trataba con exquisita elegancia. La hora del té, por ejemplo, ha sido algo que siempre ha llamado la atención de la gente de otros países mas dados a la anarquía horaria.
Pero eso de la puntualidad no ha sido cosa exclusiva de los ingleses. Los varones que peinamos canas recordamos con nostalgia nuestras primeras citas amorosas. Sobre todo aquella inicial, a la que llegábamos bastante antes de la hora prevista, porque los nervios no nos dejaban estar quietos, o simplemente “por si acaso” nuestro reloj se había atrasado.
Hablo en pasado porque la costumbre inglesa está en decadencia, y porque ahora las citas amorosas han dejado de ser lo que eran. Ahora todo es más “light”. La ligereza ha perdido presteza y se ha convertido exclusivamente en levedad, en algo sin sustancia. Por muy importante que sea el hecho, se medita poco y se lleva a cabo de forma irreflexiva. En un mundo que parece correr más que nunca, nos movemos sin ton ni son.
Hasta las empresas, en su mayoría, han quitado los pluses de puntualidad. Ahora se trabaja bajo lo que se llama horario flexible. Algo que en el fondo es mucho peor que el rígido de antaño, porque antes se respetaba las horas de labor, y al trabajador se le pagaba su tiempo extra de dedicación.

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