No es la exaltación, sino la valoración de Franco lo que tanto molesta
Hola:
Ser antifranquista está de moda. Es lo que se lleva desde hace poco más de diez años. Y como en toda moda son, en su mayoría, los más jóvenes los que se apuntan a ella, aunque también los hay creciditos. La industria de la mentira, que tanto poder tiene hoy, se encarga de fabricar, con tela manipulada, la vestimenta que se ha de llevar. Todos ellos, chicos y grandes visten el traje confeccionado a medida, sin tan siquiera detenerse a mirar si el paño es de la calidad que se anuncia.
Siempre he pensado que los españoles tenemos una buena dosis de anti. Por lo menos así era antes: nos oponíamos por principio y éramos contrarios a casi todo. Mucho teníamos que conocer el percal que nos intentaban vender, antes de comprarlo. Ahora no estoy nada convencido de lo anterior. Aparece en televisión cualquier supuesto experto en omnisciencia, respalda la mayor memez, y sin más la aceptamos; sin plantearnos la mínima duda, sin cuestionarnos nada, sin tan siquiera pensar.
Nunca la obsesión con un personaje muerto ha llegado a tal cota de obstinación. Cuesta entender que pasados cuarenta y tres años desde su fallecimiento, Franco siga despertando tanta inquina. Cuesta entenderlo si no fuera porque quien lo promueve es la actual clase política. Una clase devenida en casta que deshonra la política; y unos politicastros que en su mayoría medran y a los que convendría recordarles su procedencia. Algunos, hijos de padres a los que les faltaron redaños para enfrentarse al que califican de dictador; otros, nietos de sumisos servidores del régimen que tanto maldicen.
Cuesta entender que pasados cuarenta y tres años desde su fallecimiento, Franco siga despertando tanta inquina.
Para algunos que ya peinamos canas, Franco fue ante todo un patriota, un fiel servidor del Estado, que gobernó con puño firme y duro. Lo digo yo, que siendo un mozuelo sufrí su dureza como consecuencia de mi paso por aquel PCE de los setenta.

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